Libro carlos ruiz zafon la sombra del viento pdf




















Al parecer tampoco quedaban direcciones fiables. Usted mismo. El apartado de correos era el Un hombre muy austero. Todo se sabe. El hombre no viene del mono, viene de la gallina. Los vecinos dijeron que Sophie lloraba al entrar en la escalera. El hijo de otro hombre. Era un contrasentido. Mis pecados no son los suyos. Te ruego que te apiades de nosotros». Los resultados no fueron exactamente los esperados.

Tuvo entonces la certeza de que su hijo no era sino un necio. Su padre es de los que las mata callando. Dijo que no le esperase usted para cerrar. Si su padre es un santo. Nosotros nos limitamos a sumar dos y dos.

Si tiene algo que decir, sintetice. Y que conste que eso lo digo como un cumplido. A la mujer de verdad se la gana uno poco a poco. Poco a poco, a fuego lento, como la buena escudella. Como los altos hornos de Vizcay a. Por establecer un paralelismo veraz, me recuerda a mi mulatita en La Habana, que era una santera muy devota.

Lo bueno se hace esperar. Si quiere usted de verdad poseer a una mujer, tiene que pensar como ella, y lo primero es ganarse su alma.

Tuvimos una tarde lenta en la tienda, con apenas un par de curiosos. De lo suy o, vamos. Un individuo amparado en una gabardina gris y un sombrero de fieltro acababa de entrar. Leer es para la gente que tiene mucho tiempo y nada que hacer. Como las mujeres. El que tiene que trabajar no tiene tiempo para cuentos. En la vida hay que pencar. No me diga que no sabe de lo que hablo. Otras veces adopta nombres de embajadores, artistas de variedades o toreros.

Ya hemos perdido la cuenta. Conmigo, las cosas claras. No dije nada. Mal empezamos usted y y o. En la vida hay que tomar un bando.

El de los que pierden por burros. La visita del infausto inspector y el eco de sus palabras me incendiaron la tarde. Menuda cara traes. Seguro que tiene buena mano para esto. Yo le puedo conseguir un Radiant a muy buen precio. Si quieres, mira, te lo llevas y que lo pruebe. Y si no, me lo devuelves. Uno de Graham Greene. Gracias, don Federico. Lo dispuse sobre mi escritorio bajo el haz del flexo.

Era un sobre apergaminado, de bordes serrados que amarilleaban y tacto arcilloso. Que no tuve valor. Te escribo a escondidas, sin que nadie lo sepa. No me dejan ya salir de casa, ni asomarme a la ventana. No creo que me perdonen nunca. No menciono su nombre para no comprometerle. Cosas que nunca supimos y que es mejor que no sepas nunca. O apoquina, o camina.

Y el pareado no se lo cobro. Porque no llevo suelto. La residencia de la familia Alday a quedaba al cruzar la calle. Recortada entre los barrotes se adivinaba una portezuela cerrada a cal y canto. Un rastro de herrumbre sangraba desde el orificio de la cerradura en la portezuela. Aquel lugar era una tumba. Me observaba con cierto recelo y supuse que era el portero de una de las propiedades colindantes. Gente de mucho dinero. Eran todos muchachos. Es lo mejor que pueden hacer, la verdad.

Derribarla hasta los cimientos. No eran trigo limpio, y a sabe usted lo que se dice. Como un llanto. Mucho misterio. Nos quedamos todos en silencio, expectantes. Vimos pasar a varios comerciantes azorados, negando por lo bajo. Le miramos los cuatro, intrigados. La Merceditas sollozaba. Es que la gente es mala. Don Anacleto callaba, con la mirada baja. Ahora mismo. Todo lo hace por llevar la contraria. Asentimos con reverencia y la vimos partir, erguida y castigando la calle a taconazos.

La barbarie, digo. Se va y uno se cree a salvo, pero siempre vuelve, siempre vuelve… y nos ahoga. Simios es lo que llegan a las aulas. Por cada uno que razona, tengo que lidiar con nueve orangutanes. Esto ha sido un aviso, pensaba y o. Una advertencia. Seguimos con la aparente rutina. Me pregunta mucho por ti. Lo dicho. Y Daniel tiene cosas que hacer. Una mujer joven, con el pelo marcado con mechas de plata, los contemplaba sentada en un banco, con un libro entreabierto en las manos y una sonrisa extraviada.

Se equivoca usted de puerta, joven. Se lo prometo. Algo may or y a. No quiero hablar de esto en la calle. De camino pude entrever un dormitorio modesto, sin ventanas. Aquello era todo.

Mi marido ha prometido regalarme un flexo cuando vuelva a casa. Los abogados me han desangrado y estoy de deudas hasta el cuello. Traducir da casi tan poco como escribir. Ahora he empezado a traducir impresos, contratos y documentos de aduanas, porque se paga mucho mejor. La comunidad de vecinos y a ha intentado echarme un par de veces.

Lo de menos es que me retrase en los pagos de los gastos de la comunidad. Le estoy avergonzando. Yo he preguntado. En la manera de mirar y en los gestos. No se moleste. Al pie de este mural, el escritorio respiraba una pulcritud y una meticulosidad casi obsesiva. Por aquel entonces, y o trabajaba para la editorial Cabestany. La sinceridad y el desparpajo de aquella mujer me robaban las palabras. No se dejaba. No creo que ni se despidieran. Creo que no. Aquella sonrisa de nuevo, a mi costa.

No le hizo gracia la broma. Llevaba encima un libro, un ejemplar de La Sombra del Viento, y su pasaporte. No lo pude entender. Preguntar era como darse con la cabeza contra la pared. Se llamaba Fumero, es todo lo que recuerdo. Ahora parece que es todo un personaje. Le mencionan mucho en los diarios. Darle una sorpresa. Me dio mala espina.

El cigarrillo le temblaba en los dedos. Por estupidez, por ignorancia, por odio… vay a usted a saber. Antes de que perdiera la fe. La mano me temblaba bajo su tacto. El pasillo se me hizo eterno. Al otro lado del rellano, la mirilla de la vecina parpadeaba. Para no verte hoy — dijo. Bea me observaba en silencio.

Le temblaban los labios. Que te vas y no que huy es. Nos miramos un largo rato en silencio. Dejamos la universidad bajo un cielo encendido de moretones. Es una amenaza. Normalmente tengo de to, hasta caviar borxevique. Bea lo observaba, divertida. Y como todas las historias reales empieza y acaba en un cementerio, aunque no la clase de cementerio que te imaginas.

Siguieron los mil crujidos y quejidos del cerrojo kafkiano. No se preocupe, es de toda confianza. Trabajando mucho, pero bien. Pero se agradece el esfuerzo. Venga, pasen. El candil proy ectaba una burbuja de claridad vaporosa a nuestros pies. Pero no hoy. Del cerdo se aprovecha todo. Era y a casi medianoche cuando llegamos al portal de casa de Bea. Nos detuvimos frente al portal y nos miramos sin hacer ni amago por fingir.

Claro que no. En el claustro. Menudo bombonazo. Total, y o tampoco duermo mucho. Claro que usted tampoco se queda manco, Daniel. Como si se hubiese tragado un ladrillo. Dios le coja confesado. Algo le rondaba la cabeza. Me refiero a otro tipo de padre. Un buen padre, y a sabe usted. Como el suy o. Un hombre que sea capaz de escuchar, guiar y respetar a una criatura, y de no ahogar en ella sus propios defectos.

Alguien a quien quiera parecerse. La Bernarda me ha hecho desear ser un hombre mejor de lo que soy. Usted eso ahora no lo entiende, porque es joven. La Bernarda y y o hemos estado hablando. Ella es una madraza, y a lo sabe usted. Porque la Bernarda cree en estas cosas, en las radionovelas, en los curas, en la respetabilidad y en la virgen de Lourdes.

Y por eso quiero ser alguien de quien ella pueda estar orgullosa. Se ven en la cara. Empiezo a pensar que me he equivocado con usted, Daniel. Algo que me viene rondando la cabeza desde hace y a tiempo.

Lo que sea. No me di cuenta de que estaba formulando mis dudas en voz alta. Pero podemos aventurarnos a suponer que si lo hizo a ese respecto, pudo haberlo hecho, y probablemente lo hizo, respecto a otros tantos.

Cuatro lisonjas y me los meto en el bolsillo. Esto del cortejo es como el tango: absurdo y pura floritura. Pero usted es el hombre y le toca llevar la iniciativa. Aquello empezaba a adquirir un cariz funesto. Otra cosa es que se lo digan a uno o al mundo. Se enfrenta usted al enigma de la naturaleza, Daniel. Mi padre la estaba esperando despierto y algo tocado, como siempre.

Mi padre se ha plantado en el comedor a leer el ABC y a escuchar zarzuelas en la radio a todo volumen. Es lo natural. No viene de permiso hasta dentro de un par de semanas. Ay er por la noche tu hermana estuvo conmigo. Pero no me lo pidas. Dejamos pasar varios minutos sin mediar palabra, mirando las figuras grises oteando desde el escaparate, rogando que alguna se animase a entrar y a rescatarnos de aquel silencio envenenado.

Se detuvo junto a la salida. No hubiera sido capaz de tragar ni una aspirina. Amigos inseparables con toda una vida por delante. Palabras may ores para el fin de una amistad. Todo lo que queda de ellos es una obra literaria olvidada y virtualmente desaparecida. El amor es como el embutido: hay lomo embuchado y hay mortadela. Es entonces cuando vuelve a aparecer Jorge Alday a en el mapa de este turbio asunto.

Sabemos que contacta con el editor de Carax en Barcelona a fin de averiguar el paradero del novelista. Sus actividades y paradero en Barcelona durante esas semanas son confusos. Suponemos que permanece durante un mes en la ciudad y que durante ese tiempo no contacta con ninguno de sus conocidos. Ni con su padre ni con su amiga Nuria Monfort. El supuesto diablillo se declara dispuesto a borrar del mapa lo poco que queda de Carax y destruir sus libros para siempre. Para acabar de redondear el melodrama, aparece como un hombre sin rostro, desfigurado por el fuego.

Tiene un color de cara como de tetilla gallega. Tenga un Sugus, que lo cura todo. El camarada mea como un toro. El dinero es como cualquier otro virus: una vez pudre el alma del que lo alberga, parte en busca de sangre fresca. En este mundo, un apellido dura menos que una peladilla. Quise que me tragase la tierra.

La mirada afilada del sacerdote se detuvo en cada uno de nosotros antes de responder. El padre Fernando le observaba al borde del pasmo.

Nos lo jugamos todo a esta carta. Su perspicacia nos ha desenmascarado sin misericordia. Nos llamaban el comando Mortsdegana. Como todas las ciudades viejas, Barcelona es una suma de ruinas. Desde antes de la guerra. Ni que pensara casarse o que tuviese una novia… Oigan, no estoy del todo seguro de que deba hablarles a ustedes de todo esto.

Su mano diestra sujetaba las riendas de la banca y de las propiedades territoriales de media provincia. Aquella tarde, el rostro de bigotes exuberantes, patillas regias y testa descubierta que a todos intimidaba necesitaba un sombrero. Su padre, rendido de entusiasmo, le abrazaba de tanto en cuanto e incluso le besaba sin darse cuenta.

El sombrerero estaba desconocido. En la juventud, el talento, el genio, si se deja sin atender, se tuerce y se come al que lo posee. Hay que ponerle cauce. Menos, es ser miserable. Al sombrerero se le abrieron ojos de platillo. El colegio de San Gabriel era el criadero de la crema y nata de la alta sociedad. Ahora que lo pienso, tengo tres ejemplares autografiados por Conrad en persona. Mi hijo Jorge no entra en la biblioteca ni a rastras.

El sombrerero presenciaba la escena con una inquietud que no acertaba a definir. Todos aquellos nombres le resultaban desconocidos. Tranquilo, que luego se lo devolvemos. Es como ir al cielo, pero no hace falta morirse. Y que no vuelva a ver este vino en la mesa. En la vida, quiero decir. Eres muy joven, claro. Entonces no hay enigma que valga. Mansiones que se le antojaron catedrales flanqueaban el camino. Y casi mejor que no se lo menciones a tu padre, no se vaya a molestar.

Algo tiene de su padre. Espero que no me lo tengas en cuenta. Debajo de esta careta de entrometido sabelotodo, no soy tan idiota como parezco. Miquel Moliner era un muchacho triste. Cuando la izaron con cuerdas, los bolsillos del abrigo que llevaba la muerta resultaron estar llenos de piedras. Javier, a quien, al igual que Fernando, el resto de los muchachos consideraban poco menos que un lacayo indeseable, merodeaba solo por los jardines y patios del recinto, sin entablar contacto con nadie.

Era su mundo secreto, y su refugio. La peor de ellas era su esposa. Cualquier excusa era buena para estar solo, para escapar a su mundo secreto a tallar sus figuras de madera. Pero Miquel es un buen profesor… El muchacho miraba con recelo, esperando la burla, el ataque escondido en cualquier momento.

Caza gatos y palomas y los martiriza durante horas con su cuchillo. Luego los entierra en el pinar. Despegaba ocasionalmente los labios, y estaba tallando un juego de piezas de ajedrez para Miquel Moliner, en agradecimiento a sus lecciones.

Todos necesitamos tener amigos. Y si no, tiempo al tiempo. Amarilleaba y le temblaban las manos. De Fumero. Creo que a Francisco Javier le metieron durante una temporada en un internado. No hubo tal accidente. Francisco Javier Fumero es un asesino. El diablo. Apenas la vi, de lejos, un par o tres de veces. Yo la esperaba a veces y hablaba con ella. Ella no tiene a nadie. Jacinta es una mujer muy may or y a y sigue tan sola como siempre lo estuvo.

La mirada del padre Fernando era un pozo de negrura. Esa muchacha era la vida de Jacinta. Me basta con su palabra. Incluso Fumero. Espero que encuentre usted lo que busca, Daniel. Esas nubes tienen cara de noche, de magulladura. Son de las que esperan. Pusimos rumbo hacia la plaza, donde una horda de abuelillos coqueteaba el palomar local, reduciendo la vida a un juego de migajas y de espera.

De su olor. Y mire que era bruta. Santa Sofoco, santa Puretas y santa Remilgos. Asco da. Se cree usted hasta lo del ratoncito dientes. Yo a esa mujer no le puedo negar nada. La hermana de Aguilar. Vay a a buscar a su chica, que la vida pasa volando, especialmente la parte que vale la pena vivir.

Visto y no visto. Mire, Daniel. El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Pero lo que no hace es visitas a domicilio. Vanitas pecata mundi. Puse rumbo a casa, donde planeaba reclutar un buen libro y esconderme del mundo.

Lo dice en serio. Estoy muerto de miedo. Pero es que me alegra verte. Una sonrisa a media asta, nerviosa, fugaz. En la trastienda hay una cafetera y… —No. Si alguien me ve hablar ahora contigo, siempre puedo decir que me he tropezado con el mejor amigo de mi hermano por casualidad.

Si nos ven dos veces juntos, levantaremos sospechas. Nuestras miradas se encontraron en el reflejo. Tengo una sorpresa para ti. El aliento helado de la tormenta arrastraba un velo gris que enmascaraba el contorno espectral de palacetes y caserones enterrados en la niebla.

La portezuela de la verja se balanceaba al viento. Entre la maleza se adivinaban pedestales de estatuas derrocadas sin piedad. Una pila de diarios viejos descansaba junto al atizador. Las manos de Bea agitaban los maderos con habilidad y experiencia. Bea contemplaba las llamas en silencio, hechizada. Al parecer la esposa del potentado estaba embarazada en el momento de morir.

Juraba distinguir la silueta de Marisela materializarse en un sudario, sombra que se mutaba en un lobo y caminaba erecto. Otras veces se echaban en falta objetos, especialmente joy as y botones de la ropa guardada en los armarios y cajones. A su parecer, una semana en ay unas hubiera curado a la familia de espantos. La familia Alday a nunca fue feliz en aquella casa obtenida mediante las turbias artes de negociante de don Ricardo.

Ricardo Alday a se negaba en redondo. En , el palacete fue cerrado. Es nuestro secreto. Que, en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos. Todo forma parte de algo que no podemos entender, pero que nos posee. Nos quedamos callados un rato, mirando el fuego chispear. Estaba cerrado y sellado. No supe responder. Mil veces he querido regresar y perderme en un recuerdo del que apenas puedo rescatar una imagen robada al calor de las llamas.

Bea, desnuda y reluciente de lluvia, tendida junto al fuego, abierta en una mirada que me ha perseguido desde entonces. Mejor que bajemos por Balmes. Despertando al fin. La vi partir y perderse en un taxi, casi una desconocida. Los ojos del taxista me examinaban desde el espejo. Parecen terreno edificable. A ver, cuente. Miquel Moliner es una pista muerta. Su historia era, cuando menos, peculiar.

Suficiente trabajo tendremos para que nos dejen entrar. Una silueta angulosa y rapaz nos observaba desde el arco de la puerta. Puro tecnicismo. Un forzudo de circo. El corredor estaba flanqueado por marcos sin puertas tras los cuales se adivinaban salas iluminadas con velas, ocupadas por hileras de lechos apilados contra la pared y cubiertos por mosquiteras que ondeaban como sudarios. Se escuchaban lamentos y se adivinaban siluetas entre la rejilla de los cortinajes.

Tengo que hacer. A lo suy o, que nosotros y a nos lo llevamos. Pierda cuidado. Es malo para la moral de los internos.

Al observarla de cerca me di cuenta de que era una mujer may or, casi anciana. Rasgos de pergamino, imposibles, recortados y sin vida. Valor y al toro. El desaliento le desbordaba. Esto es una olla de tarados. He intentado lo de los Sugus, pero los toman por supositorios. Antes agotemos los cartuchos. Usted a lo suy o. Co-ro- nado. Enfrente, cuatro miradas envilecidas de avidez. Una birria de mentiroso es lo que es usted. Es un asunto de suma importancia.

Lo que quiero es una mujer. Le digo que quiero una mujer. Quiero beneficiarme a una mujer que tenga dientes y no se mee encima antes de irme al otro mundo. No me importa si es muy guapa o no; y o estoy medio ciego, y a mi edad cualquier chavala que tenga donde agarrarse es una Venus. Ventajas de la experiencia. Me basta con que me lo prometa.

Juanito enfilaba la segunda parte de su recital. La vida se apagaba por momentos. Ya pensaremos en algo. Cuanto quedaba de aquel dudoso esplendor eran los vapores y perfumes, si bien de otra naturaleza. Porque tiene usted planta de bailarina, se lo debe de decir todo el mundo. Los ojos de la anciana brillaban, como si las palabras y el tacto en la piel le devolviesen a la vida por momentos.

Toque, toque. Como una rosa. Le manda muchos recuerdos. Iba desnudo, y su piel estaba recubierta de escamas. Pero sobre todo hablaba con ella. Jacinta la llevaba siempre consigo. Es un mediocre. Es usted un hombre muy triste, Fortuny. Ya apenas hablaba con nadie y pasaba largas horas encerrado en la tienda, sin nada que hacer, viendo pasar a la gente al otro lado del mostrador con un sentimiento de desprecio y, a un tiempo, de anhelo.

Pues a lo mejor os doy el gusto. Llegaron tarde. Dos miembros del servicio guardaban la puerta. No parecieron muy impresionados por los visitantes. Los dos criados replicaron, con sorna, que el nombre no les sonaba.

Fueron invitados a largarse con viento fresco. Los criados les replicaron que el puesto de fregona ya estaba cubierto. Se besaban con la intensidad de quien se pertenece, ajenos al mundo. Las risas se cortaron de golpe cuando los alumnos advirtieron que el muchacho llevaba la escopeta de su padre en la mano. Se hizo el silencio, y muchos se alejaron. Lo cierto es que pensaba hablarte del tema. Tu madre y yo estamos discutiendo acerca de tu futuro.

Tu madre y yo tenemos grandes planes para ti. El plan de Moliner era impecable. Este domingo. Sellaron el pacto, un matrimonio secreto, en los labios. Vete antes de que venga mi padre. Ahora vete. Lo cual, si uno lo piensa, no es tan sorprendente.

Poco importaba. Su presencia en el recinto, las aulas o incluso los jardines estaba terminantemente prohibida. Suerte en la vida. La vas a necesitar. A una treintena de metros, en el patio de las fuentes, un grupo de alumnos le observaba. No se preocupe usted. El reloj cercaba, contando los minutos en fuga. Escribe libros. No cartas. Nunca la vi. Nos vamos.

Vay a usted tirando. Los dos matarifes se apostaron a nuestras espaldas, tan cerca que pude sentir su aliento en la nuca. Si es mi viejo amigo, el hombre de las mil caras —dijo el inspector Fumero. Cojones de toro. Lo que y o digo. Hala, largando. Hemos venido a visitar a un familiar. Mira, porque hoy me coges de buen humor, porque si no te llevaba ahora a jefatura y te daba otra pasada con el soplete.

Me he cagado en los pantalones. No me apetece romperte el brazo. Y eso va por ti y por el lelo de tu amigo. Durante todo el episodio fui incapaz de abrir la boca. Recuerdo el impacto sordo, terrible, de los golpes cay endo sin piedad sobre mi amigo. Yo no me ensucio la mano con cobardes. Sus deseos de abandonar la escena eran palpables. Se alejaron riendo en la sombra.

Si tengo que palmarla, que sea en sus brazos. La carrera en el taxi se me hizo infinita. La voz me temblaba. El conductor me lanzaba miradas furtivas desde el espejo. Has hecho bien. Ya sabes el camino. Se te ha echado de menos. Una tiniebla perlada se filtraba por el ventanal que daba al patio interno de la finca, sugiriendo los perfiles de la estancia y el juego de baldosas esmaltadas del suelo y las paredes. Pese a todas mis maldades, sigo sin poder verte. Nunca volviste a despedirte.

Te dejo para que te vistas. El espejo mostraba un vendedor a domicilio, desarmado de sonrisa. No hay que preocuparse. A juzgar por las marcas y cicatrices que lleva en el cuerpo, este hombre ha salido de peores lances y es todo un superviviente.

Incluso las autoridades tienen derecho a un poco de paz y sosiego nocturno. La Bernarda suspiraba en su taburete, a merced del brandy y el susto. Bien cargado. Los ecos del piano de Clara nos llegaban en efluvios a destiempo. En el otro extremo del piso, Clara humillaba a Debussy. Daniel y y o nos quedamos despiertos por si hace falta algo. Y no me discuta. La quiero dormida en cinco minutos. Aunque y o duermo encima de la colcha.

Tengo que llevar la casa con mano dura. Dime, Daniel, ahora que no nos oy e nadie. Venga, en confianza. Hazte a la idea de que soy tu confesor. Ocasionalmente tomaba notas a mano alzada o levantaba la mirada al infinito como si quisiera considerar las implicaciones de cuanto le relataba. Hablar es de necios; callar es de cobardes; escuchar es de sabios.

Prosigue, por favor. Me hablabas de esta muchacha pizpireta… —Bea. Sin duda sus palabras son consecuencia del trauma. Escoltamos al doctor y a su enfermera hasta la puerta y les agradecimos efusivamente sus buenos oficios. Menudo susto. He encajado palizas peores. Ese Fumero no sabe pegar ni un sello. Ya veo que se mueven ustedes en las altas esferas.

La primera vez que viene usted a mi casa y acaba en la cama con la doncella. Sepa que mis intenciones son honestas, don Gustavo. Y ahora, a ver. Esto parece el rapto del serrallo. Usted decide. La Bernarda roncaba como un becerrillo.

Muy raro lo veo y o. Casi contra natura. No hay padre en el mundo que haga eso. No importa la mala sangre que pudiera haber entre ellos. Todo lo que sabemos es, como usted dice, de tercera mano, o de cuarta. Con porteras o no. Perlas cultivadas al por may or.

Le das a entender que sabes que te ha mentido y que esconde algo, mucho o poco, y a veremos. Mientras Daniel le pone el cascabel al gato, usted se aposta discretamente vigilando a la sospechosa y espera a que ella muerda el anzuelo.

Una vez lo haga, la sigue. Tarde o temprano. Anda, vamos. Que se olvide. Vencidos acaso los dos. Todas nuestras protestas cay eron en saco roto. Tiene usted mi palabra de que y o hoy no levanto ni sospecha.

Zorrilla es un dramaturgo. A lo mejor le interesa a usted el don Juan. El rostro tallado, sin mirada ni alma, temblaba bajo la superficie. Todos excepto uno. Vamos a echar un vistazo. Nos vestimos aprisa y a ciegas. Es el viento. Estaba en una cripta. El polvo, un manto de cenizas, los enmascaraba. Algo o alguien se estaba desplazando desde la oscuridad. La voz del diablo.

No me detuve a darle explicaciones. Mis dedos dieron con la llave. Nos alejamos avenida abajo a paso ligero. Descendimos por Balmes hasta Consejo de Ciento casi sin mediar palabra. Es que me ha pillado por sorpresa. Ahora ven a desay unar —dijo mi padre. Alguien debe de haberla sorprendido. A las tres empezaron las primeras goteras. Ni al otro. Las otras dos se adelantaron, desafiantes. Ahora tengo que irme. En contra de lo que usted cree a pies juntillas, el universo no gira en torno a las apetencias de su entrepierna.

Otros factores influy en en el devenir de la humanidad. Salga de su cabeza y tome la fresca. Me parece preocupante. Yo invito. Yo pienso esperar en la salita, ley endo una revista y contemplando el percal de lejos, porque me he convertido a la monogamia, si no in mentis al menos de facto. Hay que hacer algo ahora mismo. Estamos a lunes. Una cosa es creer en las mujeres y otra creerse lo que dicen. Pasaron cinco segundos eternos.

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